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Duque debe liberar la economía colombiana
Duque debe liberar la economía colombiana
Daniel Raisbeck considera que el nuevo presidente colombiano Iván Duque debe liberar la economía colombiana o allanará el camino para que el chavismo llegue al poder en el país en 2022.
La debacle económica y humanitaria que desató el Socialismo del siglo XXI en Venezuela fue un factor decisivo en la reciente campaña presidencial colombiana.
La derrota de las fuerzas “bolivarianas” en las urnas el 17 de junio fue un gran alivio para quienes preferíamos evitar cualquier probabilidad de expropiaciones a gran escala, la escasez masiva y una hiperinflación devastadora.
Sin embargo, la victoria del presidente electo Iván Duque no debe disipar toda preocupación. De una manera previamente inconcebible en Colombia, más del 40% de los votantes apoyaron a la extrema izquierda en cabeza de Gustavo Petro, un antiguo líder guerrillero y aliado cercano de Hugo Chávez.
Como dijo el mismo Petro después de las elecciones, si él hubiera convencido a aproximadamente un millón de los votantes de Duque que lo apoyaran a él, se estaría preparando para gobernar desde la Casa de Nariño, el palacio presidencial en Bogotá, desde el 7 de agosto. Aunque la premisa es inverosímil, la mera posibilidad de una presidencia de Petro es perturbadora en el mejor de los casos.
Durante la camapaña, Petro anunció que obligaría a un empresario en particular a venderle su compañía a él (es decir, al Estado) a un “precio justo”. También aseguró que el colapso de la economía venezolana se debía a la dependencia del petróleo, pasando por alto los controles de precio y otras ruinosas medidas socialistas que él apoyó durante años. Y amenazó con declararle la guerra al sector privado en amplios sectores de la economía, desde el sistema de salud hasta la industria local de aerolíneas. Aunque el lema de su campaña— “Colombia Humana” — era del todo inane, las banderas rojas con hoz y martillo que sus seguidores ondeaban en sus eventos de campaña expresaron lo que Petro representa con mucha más exactitud.
Por otro lado, Duque hizo del emprendimiento un pilar de su programa y defendió con frecuencia el derecho a la propiedad privada. También enfatizó la necesidad de frenar el creciente derroche gubernamental y de reducir los impuestos corporativos por debajo del 30% para que Colombia sea atractiva para la inversión. Crucialmente, Duque prometió que ayudaría a fortalecer el endeble mercado de capitales colombiano. Según le dijo a Bloomberg, el país necesita muchas más empresas nuevas cotizando en la bolsa de valores y opciones de inversión en renta fija más allá de los bonos estatales.
A raíz de de la retórica de Duque a favor de la libre empresa, un periodista local inclusive sugirióque su visión era la de un Estado mínimo, un contraste definitivo con el hiper-intervencionismo estatal que promovía Petro.
Ojalá hubiera sido esa la realidad. Mientras los medios colombianos se concentraron en las propuestas librecambistas de Duque, minimizaron su propio proteccionismo. De hecho, el presidente electo ha dicho con frecuencia que no firmará un solo tratado de libre comerciodurante su mandato. Su raciocinio es la falacia del déficit comercial. Tal como Donald Trump y la izquierda colombiana, Duque asume que importar más de lo que se exporta es necesariamente dañino para un país, pasando por alto el gran beneficio para los consumidores de poder escoger mejores productos a menores precios.
Es alentador que la ciudadanía colombiana sea mucho más partidaria del libre comercio que su presidente electo. Según una encuesta que llevó a cabo la firma Gallup el pasado abril, el 66 % de los colombianos está a favor de firmar más tratados de libre comercio "con muchos países". No obstante, el poder de la minoría proteccionista puede ser abrumador.
Posiblemente no fue una coincidencia que Duque haya lanzado su diatriba contra el libre comercio en un mitin con el gremio de arroceros en la zona central-oriental del país. Hace unos meses, el gobierno colombiano cedió ante la presión de los productores nacionales e impidió la importación de 85 mil toneladas de arroz desde Ecuador. Tal proteccionismo sólo puede perjudicar a los más pobres mientras beneficia a algunas de las empresas más grandes de Colombia.
Según un estudio del 2013 de Fedesarrollo, un centro de investigación, la eliminación de todo arancel a la importación del arroz extranjero sacaría a 1.200.000 colombianos de la pobreza y a otros 443 mil de la pobreza extrema. Sin embargo, el jefe del gremio arrocero asegura que los ingresos de 500 mil familias dependen de la producción de arroz, directa o indirectamente. Mientras los caimacanes industriales pueden ofrecerles a Duque y a otros políticos una cantidad fija de votos a cambio de aranceles y restricciones al comercio internacional, los millones de ciudadanos que podrían superar la pobreza a través del libre intercambio no tienen poder de cabildeo para ejercer presión política directa. Así, los mercantilistas suelen salirse con la suya.
De hecho, una buena razón para el escepticismo frente a la política económica de Duque es la cercanía de su partido a los gremios industriales y agrícolas que, durante mucho tiempo, han logrado protegerse de la competencia real y/o han recibido subsidios directos. Entre ellos están los ganaderos, los caficultores y los monopolios estatales de licor en los 32 departamentos colombianos. Y, pese a promover incesantemente el crecimiento a punta de la innovación digital(lo que él llama la “economía naranja”), Duque escogió las viejas técnicas electorales sobre el progreso tecnológico al apoyar al gremio de taxistas en su lucha contra Uber y otras plataformas de vehículos compartidos.
Quizá ésto no debe sorprender a nadie ya que Duque es el pupilo del expresidente Álvaro Uribe. Su partido, el Centro Democrático, es conservador bajo la tradición paternalistalatinoamericana y dista del modelo librecambista anglosajón de, por ejemplo, Margaret Thatcher. Hasta hace poco, la página web del Centro Democrático proclamaba su defensa del “Estado comunitario”, el cual “se diferencia del modelo neoliberal que descuida el interés por la comunidad y pone más peso en las fuerzas del mercado…”
El problema, por supuesto, es que la mezcla entre el intervencionismo y el amiguismo engendra no sólo ineficiencia económica, sino también una corrupción formidable. Un esquema de subsidios agrícolas que lanzó Uribe durante su gobierno (2002-2010) presenta un caso prototípico, ya que sumas sustanciales de dinero que supuestamente ayudarían a campesinos pobres terminaron en las cuentas de grandes terratenientes, de un narcotraficante y hasta de un par de reinas de belleza.
La frecuencia de tales desfalcos al fisco colombiano han generado un repudio masivo hacia una clase política descaradamente venal. De hecho, una de las razones del surgimiento de Petro fue su éxito al emular a Chávez y presentarse como un luchador contra la corrupción, lo cual le permitió quedarse con buena parte del creciente voto antisistema.
Aunque los grandes grupos económicos lograron ganar esta vez, cualquier serie de escándalos de corrupción involucrando a los rentistas de siempre le garantizaría a Petro la presidencia en el 2022, tal como el izquierdista Andrés Manuel López Obrador pudo ganar la reciente elección en México al centrar su campaña en la batalla contra los corruptos. Ciertamente, si Duque decide no liberar a la economía colombiana de los mercantilistas, su lema de gobierno podrá ser “después de mí, el diluvio”.
Aunque varios analistas aseguran que el éxito de Colombia bajo Duque se podrá medir según el crecimiento del PIB —la economía ha crecido a un paso excesivamente lento para un país en desarrollo— el factor determinante en mi opinión será el desempeño del país en el Índice de Libertad Económica de los institutos Cato y Fraser, donde Colombia ocupa un bajísimo puesto 112 entre 159 países. Si Duque recorta los impuestos drásticamente —pocos países cobran mayores tasas sobre las ganancias corporativas que el 69,7 % de Colombia según el Banco Mundial— elimina regulaciones innecesarias y libera el comercio internacional, el crecimiento se dará por sí solo.
Por otro lado, si el nuevo presidente colombiano opta por el amiguismo habitual con los gremios mercantilistas, un giro hacia la izquierda dura en el 2022 puede ser inevitable. ¿Por qué han los votantes de apoyar a una derecha política que defiende el libre comercio con reticencia y ofrece su propia versión blanda del "Estado comunitario"? Si los votantes quieren colectivismo, sabrán muy bien que los chavistas lo pueden imponer sin titubeos.
Este artículo fue publicado originalmente en Initiative for Free Trade (EE.UU.) el 2 de agosto de 2018.