La educación superior vive uno de los momentos más desafiantes y urgentes en la actualidad, donde no solo se trata de formar profesionales competentes, sino de generar sentido, confianza, bienestar y habilitar a los jóvenes para abordar los retos y las transformaciones que exige la realidad de hoy. Lo que durante años fue considerado parte del ideal educativo, hoy reclama adecuaciones y respuestas concretas y apremiantes, frente a generaciones que ya no aceptan respuestas genéricas ni estructuras que ignoren su realidad. La Generación Z y los Millennials están reconfigurando las expectativas frente a las instituciones de educación superior.
La más reciente Encuesta Global 2025 de Deloitte sobre la Generación Z y los Millennials revela una imagen clara y contundente: estamos frente a una generación que vive con conciencia crítica, exigencias éticas y un profundo deseo de transformación social. Los jóvenes cuestionan los sistemas establecidos y que buscan entornos que no solo prometan un futuro, sino que dignifiquen su presente. La encuesta, que recogió más de 22.000 respuestas en 44 países, incluido Colombia, muestra que estos jóvenes no se definen únicamente por sus aspiraciones laborales o académicas, sino por su necesidad de bienestar integral, justicia social, sostenibilidad ambiental y sentido vital. En este contexto, las universidades están llamadas a repensar su rol no solo como formadoras de profesionales, sino como espacios donde se construye un proyecto de vida ético, afectivo y comprometido con el mundo real.
Uno de los hallazgos más importantes del estudio tiene que ver con la salud mental: el 40% de la Generación Z y el 34% de los Millennials manifestaron sentirse estresados, ansiosos o agotados emocionalmente en su cotidianidad, una situación que se vincula principalmente con las presiones económicas, la sobrecarga de tareas y la incertidumbre frente al futuro, afirmando que lo que influye significativamente en esto es el trabajo. Estos datos no pueden ser ignorados por las instituciones educativas, el bienestar emocional debe convertirse en un componente fundamental para complementar la calidad educativa. Las universidades deben garantizar entornos empáticos, equilibrados y humanos, donde el bienestar de los estudiantes sea tan importante como el rendimiento académico. Se deben crear redes de acompañamiento, fortalecer servicios psicosociales y construir culturas institucionales que validen las emociones.
Otro dato fundamental que arroja el estudio tiene que ver con el cambio climático donde el 65 % de la Generación Z y el 63 % de los Millennials manifestaron haberse sentido preocupados o ansiosos por el medio ambiente, dejando en evidencia que para los jóvenes la crisis ambiental debe ser una prioridad transversal para todas las instituciones, incluidas aquí las educativas. Muchos han modificado sus hábitos de consumo, han exigido acciones en sus lugares de trabajo o estudio y consideran como un factor decisivo que una universidad o empresa implemente prácticas sostenibles reales.
En relación con el trabajo y el estudio, los jóvenes han dejado claro que no están dispuestos a comprometer su propósito por conveniencia. Casi la mitad afirmaron que renunciarían a un empleo o rechazarían una oportunidad si esta contradice sus principios. Valoran la autonomía, la posibilidad de innovar, el reconocimiento de su voz y la coherencia ética de quienes los lideran. Esto implica que ya no basta con brindar una oferta académica de calidad; es necesario que la universidad entera respire valores, escuche activamente y esté dispuesta a transformarse con y para sus estudiantes. Los jóvenes no buscan únicamente obtener un título, sino vivir una experiencia formativa con sentido. Quieren aprender, sí, pero también quieren encontrar un lugar donde construir identidad, ejercer ciudadanía y proyectar sus sueños.
En cuanto a la tecnología, la encuesta menciona que la inteligencia artificial y las herramientas digitales son vistas por los jóvenes como aliadas estratégicas, pero también como desafíos éticos que deben ser abordados con responsabilidad. Muchos expresan su inquietud frente al reemplazo de empleos, la vigilancia, la deshumanización de los procesos y la pérdida de control sobre sus datos. La universidad, por tanto, no debe limitarse a enseñar a usar estas herramientas, sino que debe abrir espacios de análisis crítico, interdisciplinar y ético, en los que se forme a profesionales capaces de comprender, cuestionar y construir con la inteligencia artificial y herramientas digitales.
Escuchar a la juventud de hoy es una urgencia. Si las universidades quieren seguir siendo relevantes en el siglo XXI, deben dejar de hablar sobre los jóvenes y comenzar a hablar con ellos. Deben mirarse críticamente, reconocer sus fortalezas y debilidades para comprometerse con una educación verdaderamente significativa, de calidad y orientada para lo que la actualidad y el futuro necesita. La encuesta de Deloitte no deja dudas; esta generación no espera que el mundo cambie por ellos, está lista para cambiarlo.
Para consultar el documento completo publicado por Deloitte, puede acceder al informe oficial aquí:
Artículo escrito por:
Luisa Fernanda Bobadilla Murcia (Técnica de Planeación)
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La educación superior se enfrenta a un proceso de transformación producto del avance acelerado de la tecnología, los cambios en el mercado laboral, las nuevas formas de aprender y enseñar, y el impacto de las crisis sociales, económicas y ambientales. Se argumenta que ya no basta con ofrecer programas largos, teóricos y lineales; hoy se exige flexibilidad, pertinencia, agilidad y conexión directa con las necesidades reales de la sociedad.
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